“El hombre feliz necesita amigos”
Escribió Aristóteles en Ética a Nicómaco en el siglo IV a.C. Más allá de lo siglos que hayan transcurrido o que exista un día en su nombre, esta clase de amor tan especial, merece una reflexión especial, ya que sigue y seguirá siendo vigente mientras haya vida en la tierra.
¿Qué sería de nuestra vida sin
la amistad? Gris, vacía, opaca. O mejor
dicho, ¿Qué agrega a nuestra vida el tener amigos y compartir tiempo con ellos?
¿Qué es la amistad? Me atrevo a decir
que una vida con amigos es una vida plena, una vida con sentido y gusto, una vida
más alegre y menos penosa. Porque como reza una dicho popular, “Una alegría
compartida es doble alegría y un dolor compartido es medio dolor”. ¿Alguna vez
experimentaste esa explosiva sensación de querer ir corriendo tras tu mejor
amigo para compartir la buena noticia? Como si nuestro corazón no pudiera
callarse y necesitara encontrar en el otro un espacio para ser recibido. ¿Recordas
la primera vez que alguien te dio un beso? O ¿Cuándo sentiste ese dolor que te
atravesaba el alma? ¿A quién se lo contaste? Pareciera que los sentimientos se
multiplican, nos sentimos más alegres cuando nuestros amigos nos festejan y nos
sentimos más aliviados cuando podemos compartir nuestras penas en sus hombros.
Y aunque en el último caso, el dolor pueda ser muy intenso, el abrazo de un
amigo nos reconforta como el mejor bálsamo. A veces nos acompañan desde su
silencio, otras con sus palabras, que sabias o no, son su oferta de presencia
en esos momentos en que más los necesitamos. Ellos aparecen de las formas más
insospechadas, por cartas, regalos, mensajes de texto, canciones y hasta
carteles en la pared. Los amigos están
en los detalles. Y no importa la cantidad, porque los amigos no se coleccionan
en cuentas de Facebook, se alimentan y eligen todos los días. Más allá de la
distancia física o los momentos de la vida que cada uno atraviesa, los
verdaderos amigos, son como estrellas que viajan junto con nosotros. Es cierto
que hay amigos que nos acompañan sólo una etapa, otros están a lo largo y ancho
del camino. Así como nosotros cambiamos también cambia lo que nos une.
¿A quién no le paso sentirse
más comprendido por alguien a quien recién conocemos que por aquel que nos
conoce de toda la vida? ¿Será qué no mantenemos los mismos códigos? Y aunque
este proceso suele ser doloroso, lo esencial es rescatar aquello que si nos une. En
caso de que nos sintamos tan distintos como para tomar otro camino, la
frecuencia de los encuentros es la que decantará la relación. Al mismo tiempo
es maravilloso volver a reencontrarnos con viejos amigos y darnos cuenta que
hoy tenemos más temas en común que ayer. La vida en su propio andar nos une y
desune según sus misteriosos designios.
Los amigos están en lo simple y
en lo profundo. Son comidas compartidas, miradas cómplices, cafés interminables,
estudios y memorias en común. “A mis
amigos los miro con vara raza, los tengo muy escogidos, son lo mejor de cada
casa,” cantó Serrat.
¿Quién de ustedes no se vio
reflejado en el “todos para uno y para todos” cuando algo parecía amenazar a nuestros
hermanos de aventuras? La reciprocidad es un aspecto clave de una amistad
duradera que se mide no en la cantidad, sino en la calidad de momentos que compartimos
juntos. La amistad, como otras
relaciones interpersonales, en un dar y un recibir. ¿Qué expectativas tenemos de los demás? ¿Cómo contribuimos nosotros a la relación?
Citando nuevamente a
Aristóteles: “Los amigos se necesitan en la prosperidad y en el infortunio,
puesto que el desgraciado necesita bienhechores, y el afortunado personas a quienes
hacer bien. Es absurdo hacer al hombre dichoso solitario, porque nadie querría
poseer todas las cosas a condición de estar sólo. Por tanto, el hombre feliz
necesita amigos.”
Una canción que honra la amistad en su totalidad:
¿Cómo son tus amigos? ¿Piensan
igual que vos o tenes amigos con ideas muy distintas a las tuyas? ¿Cuándo fue
la última vez que le dedicaste tiempo de calidad a un amigo?

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